- Mira a los demas como una parte de tu ser
- Lucha contra el ego inferior
- ¿Para qué nos sirve el dolor?
El niño príncipe viajaba por el espacio, pero tal vez más rápido que su nave; sus pensamientos iban y venían, recordando todos los detalles de sus últimas experiencias. Primero había aprendido que todo lo creado había sido hecho por un gran ser que únicamente deseaba la felicidad para todos sus hijos; había aprendido que cada cosa creada tenía una razón de ser en el universo; que aun cuando se le denominara de diferentes formas, era un solo ser, y deseaba que sus hijos aprendieran a convivir armónicamente y ayudarse unos a otros.
Después, aprendió que todo lo creado tenía una vida y que, aunque fuera diferente a la suya, en realidad estaba cumpliendo con algún designio divino; de aquí en adelante, debería respetar todas las cosas, puesto que todos habían sido creados con un propósito y manifestaban algún tipo de vida. Cada estrella que pasaba, cada cometa que se cruzaba en su camino, le recordaban estos dos principios y, mentalmente, los saludaba.
Su viaje lo fue llevando hacia una extraña región del universo; él seguía en su búsqueda y pensaba que todos los secretos del universo tenían que cruzarse en su camino, tal como había pasado en los últimos dos que recién había descubierto. Sin darse cuenta siquiera, su pequeño rayo de sol lo llevaba, lentamente, al encuentro de un gran planeta. El planeta se observaba con manchas oscuras y brillantes; esto llamó la atención al niño, que empezó a observarlo, sin intentar siquiera cambiar el rumbo de su nave. Poco a poco, la nave fue penetrando en la atmósfera de ese planeta y, cuando logró detenerla, se encontró en los patios de un gran castillo.
Rápidamente descendió de su nave y decidió explorar. Lo que encontró lo llenó de asombro; eran paredes muy altas en donde únicamente había una puerta; en la puerta se podía observar un letrero que decía: Esta es la puerta del bien, el que pase por aquí obtendrá todo lo bueno del universo. Decidió pues, entrar, y la puerta inmediatamente se cerró. Cuando volvió a ver la puerta que se había cerrado detrás de él, había un letrero que decía: Esta es la puerta del mal y todo el que cruce por aquí obtendrá todo lo malo que hay en el universo.
Se sintió entonces, desconcertado; era la misma puerta y, sin embargo, en un lado de ella decía ser la puerta del bien y en el lado contrario la puerta del mal. Acostumbrado, como estaba, a encontrar sorpresas, siguió caminando en la sala a la que había entrado. Dentro encontró muchos espejos, todas las paredes estaban cubiertas con espejos de diferentes tamaños y enfocados en forma diferente. Al acercarse y observar más cuidadosamente los espejos, se dio cuenta de algo extraño; las imágenes que él proyectaba en los espejos eran distintas en cada uno de ellos. Un letrero en la pared decía: Aviso a todos los viajeros: cada uno de estos espejos refleja un aspecto de su persona, no todos son verdaderos, pero, el que encuentre su verdadero reflejo habrá alcanzado la gloria eterna.
El niño siguió caminando observándose en los espejos y en uno de ellos vio su piel de color negro; la curiosidad le ganó y se acercó, extrañado, por la imagen que estaba reflejando el espejo. Una vez que hubo observado todos los detalles pasó al siguiente y ahí encontró que el espejo reflejaba la imagen de un niño más pequeño que él, tal vez un niño recién nacido; trató de encontrar una explicación pero no podía.
Pasó al siguiente y observó a un joven príncipe, orgulloso de sus dominios y sus posesiones, con la mirada déspota y observaba hacia el horizonte, tal vez, pensando en que sus dominios eran los más grandes de todo su planeta. En el siguiente observó a un anciano y en el otro a un hombre enfermo. Cada vez que se reflejaba en un espejo encontraba nuevas imágenes.
Empezaba ya a cansarse de los espejos cuando decidió pasar al siguiente salón. Cuando quiso encontrar la puerta observó, extrañado, que no existía ninguna; trató de recordar dónde se localizaba la puerta por donde había entrado y sólo encontró espejos y más espejos. En la parte superior del salón se encontraba un calendario marcando una fecha extraña e indicando los días y las horas; el niño empezó a sentirse un poco raro; pasaban las horas en el reloj, pasaban los días, y el niño no podía encontrar la salida. Los espejos entonces empezaron a reflejar imágenes de angustia, algunos de ellos empezaban a llorar, mientras que otros se enojaban y las imágenes reflejaban una desesperación que rayaba en el coraje; tal parecía como si los espejos estuviesen leyendo lo que estaba pasando interiormente en el niño.
Mientras ese reloj y el calendario daban vuelta interminablemente, el niño empezó a desesperarse y en sus pensamientos se decía a sí mismo: no sé qué está pasando, no sé cuánto tiempo llevo aquí, el calendario indica que han pasado muchos días, el reloj sigue su curso, empiezo a pensar que he dejado de ser niño, no sé en realidad cuánto tiempo llevo en este lugar y no puedo encontrar la clave del misterio que encierran los espejos. Trató de serenarse y se dirigió al espejo que le mostraba a un ser de color negro; levantó su mano derecha y la imagen levantó su mano izquierda; hizo él un movimiento hacia su izquierda y la imagen respondió con un movimiento a su derecha, y empezó a pensar: ¿Por qué los espejos reflejan la imagen al revés?, ¿por qué mi derecha es la izquierda de ellos? y ¿por qué todo es exactamente al lado opuesto?
Se dirigió a otro espejo en donde se encontraba un anciano; observó sus ojos y el anciano le respondió haciendo lo mismo; quiso ver una luz que saliera de esa mirada que lo estaba observando, pero el anciano respondió haciendo exactamente lo mismo; por un momento pensó que esa imagen correspondería a la que él tendría en el futuro, pero luego se preguntó: ¿Cuál es la imagen verdadera, la del niño o la de este anciano?, ¿cuánto tiempo llevaré aquí encerrado?, ¿quién soy realmente?, ¿cómo soy realmente? ¿Cómo puedo saber el tiempo en que estoy si todo lo que observo me da pistas falsas?, ¿estaré condenado a pasar aquí el resto de mis días?
Mi padre me dijo que cuando yo lo necesitara lo encontraría dentro de mí. Se alejó de los espejos y se colocó en el centro del salón, se sentó y cerró sus ojos y empezó a llamar a su padre. Padre, hoy te necesito, necesito sentirte dentro de mí, no sé qué me pasa, este cuarto me ha llenado de confusión; no sé quién soy ni cuánto tiempo llevo aquí; los días pasan y se convierten en años; el calendario cambia las fechas, en ocasiones rápidamente y en otras muy lentamente; el reloj sigue dando vueltas y más vueltas, ya no sé si soy niño o soy joven, o he llegado a la ancianidad, necesito tu ayuda.
El niño esperó la respuesta pero no obtenía ninguna, abrió los ojos y observó algo curioso en los espejos; algunos reflejaban la imagen de su padre, mientras que otros reflejaban las imágenes a las que ya estaba acostumbrado, pero como si lucharan contra esa otra que reconocían como extraña. El niño se dirigió hacia los espejos que reflejaban la imagen de su padre, pero, en el momento de acercarse, la imagen desaparecía y aparecían las tradicionales imágenes de niños negros, ancianos y príncipes déspotas; volteó hacia atrás y vio que los espejos a su espalda estaban reflejando a su padre, corrió hacia donde estaba la imagen y nuevamente ésta desapareció.
Desconsolado el niño, no acertaba a explicarse lo que estaba pasando y gritó: padre, ¿por qué huyes de mí?, y algunas imágenes empezaron a reír a carcajadas, mientras que otras intentaban dar respuesta a su pregunta. Todo era una gran confusión, las risas apagaban el sonido de aquellas que trataban de explicar las cosas, alcanzando a escuchar la voz de una de las imágenes diciéndole: Tienes que aprender que el bien y el mal residen dentro de ti y que el mal desea tu destrucción y que el bien desea tu glorificación, palabras que no tenían ningún significado para el príncipe.
Las carcajadas seguían oyéndose y el reflejo de su padre, entristecido, se iba desvaneciendo en los pocos espejos que aún podían reflejarlo y el niño, angustiado, observaba que ya eran muy pocos los que reflejaban la imagen de su padre. Los labios de la imagen se movían, pero cada vez que él corría para acercarse y tratar de escuchar lo que decía, la imagen de su padre era desplazada hacia otro lugar de la habitación.
En un momento de desesperación, el niño cayó de rodillas y, cerrando sus ojos, se dijo a sí mismo: “Tal vez he fracasado, pero sólo quiero que sepas padre, que siempre te amé y siempre quise encontrar la sabiduría, tal vez no supe buscarla, pero desde dondequiera que estés, yo te envío mi bendición y mi gratitud.”
En ese momento, todos los espejos empezaron a reflejar la imagen de su padre; el niño no podía verlas porque tenía los ojos cerrados, pero, entonces, la voz de su padre se escuchó gloriosa dentro y fuera de él: “Hijo mío, aquí estoy y siempre estaré dentro de ti, no importa lo que pase. Hoy has encontrado el siguiente principio:
“El bien y el mal residen en todas las cosas creadas”.
Mantente siempre alerta, porque, aun dentro de ti, existe la semilla de la maldad; procura que tu corazón vibre siempre en armonía y en permanente comunión con todos los seres del universo; has observado que cada espejo reflejaba una parte diferente de ti, ¿cuál es la verdadera?, nadie te lo podrá decir nunca, porque la única imagen verdadera es la que tú percibes de ti, esa que tú sientes que eres en lo más interno de ti. Todo lo que percibas del mundo puede engañarte, sólo aquello que encuentres dentro de ti te dará la clave para saber cómo guiar tus pasos por el sendero correcto. Abre los ojos y asómate a tu realidad”.
Cuando el niño abrió los ojos los espejos habían desaparecido y una gran puerta se abría en frente de él; se acercó a la puerta y encontró un letrero que decía: “Viajero del espacio, cada espejo es como otro ser humano, la imagen que tú percibiste reflejada en cada uno de ellos, es un ser humano diferente que te enseña que todos son reflejos de un mismo Dios.”
El niño cruzó la puerta no deseando volver a ella, subió a su nave y partió hacia el espacio. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ese último letrero de la puerta: "Todos los espejos son como personas, reflejan a un mismo Dios". No podía entender lo que ese principio trataba de explicarle, cuando una voz interior habló diciéndole así: “Todas las imágenes que viste fueron tuyas, y cada vez que veas a un hermano tuyo, piensa que puede ser un espejo de Dios que te está revelando algo que no conoces de ti mismo. Más adelante, en tu camino, entenderás mejor lo que quiero decirte.”
Y el niño partió en busca del cuarto principio.
Tomado de: "Los principios del iniciado" - Kwan Yin
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