viernes, 29 de abril de 2011

Sobre las impresiones y apariencias

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Llamemos a las cosas por su nombre

Cuando llamamos a las cosas por su nombre, las comprendemos correctamente, sin añadir juicios o información por nuestra cuenta. ¿Que alguien se ducha deprisa? No digamos que se lava poco, sino deprisa. Nombremos la situación tal como es; no la filtremos por nuestros juicios. ¿Que alguien bebe mucho vino? No digas que es un borracho, sino que bebe mucho. A no ser que estés perfectamente al corriente de su vida ¿Cómo sabes que es un borracho?

No te arriesgues a dejarte seducir por las apariencias para construir teorías e interpretaciones basadas en deformaciones que son fruto de dar un nombre equivocado a las cosas. Da tu consentimiento sólo a lo que sea efectivamente cierto.


Evita adoptar los puntos de vista negativos de los demás

Los puntos de vista y los problemas de los demás pueden ser contagiosos. No cometas sabotaje contra ti mismo inconscientemente adoptando actitudes negativas e improductivas fruto de tu trato con terceros. Si te encuentras con un amigo descorazonado, un pariente afligido o un colega que ha sufrido un revés de fortuna, procura no verte superado por el aparente infortunio. Acuérdate de discriminar entre los hechos en sí y la interpretación de los mismos. Recuérdate esto: «Lo que hace daño a esta persona no es el suceso en sí mismo, puesto que otra persona podría no sentirse en absoluto oprimida por la misma situación. Lo que está haciéndole daño es la respuesta que él o ella ha adoptado sin ningún sentido crítico.»

Contribuir a dar rienda suelta a obstinados sentimientos negativos no constituye una demostración de amabilidad o amistad para con las personas por quienes nos interesamos. Seremos de mucha más utilidad, tanto para los demás como para nosotros mismos, si permanecemos al margen y evitamos las reacciones melodramáticas.

Con todo, si te encuentras conversando con alguien que está deprimido, lastimado o frustrado, muestra amabilidad y escúchale con compasión, pero no permitas que termine por desanimarte a ti también.

Los malos tratos son fruto de las falsas impresiones

Si alguien te falta al respeto o habla mal de ti, recuerda que él o ella lo hace teniendo la impresión de que es correcto hacerlo.

Es poco realista esperar que esa persona te vea como te ves tú mismo. Quien saca conclusiones que se fundamentan en falsas impresiones es quien resulta herido, más que tú, puesto que es esa persona quien va descaminada. Cuando alguien interpreta una proposición verdadera como si fuera falsa, la proposición en sí no resulta herida; la persona que sostiene el punto de vista equivocado es quien sale defraudada y, por consiguiente, perjudicada. Una vez que hayas comprendido esto con toda claridad, será más difícil que te sientas insultado por los demás, aunque te injurien.

Puedes decirte a ti mismo: «A esta persona le parece esto, pero no es más que su impresión».

Todo sucede por una buena razón

Dime lo que piensas y te diré quién eres. Evita supersticiones que te lleven a conferir a los acontecimientos unos poderes o significados de los que carecen. No pierdas la cabeza. Nuestras ajetreadas mentes siempre andan sacando conclusiones, manufacturando e interpretando signos que no existen.

Piensa, en cambio, que todo lo que te sucede, sucede por algún bien. Que si has decidido ser feliz, eres feliz. Todo acontecimiento conlleva algún beneficio para ti; basta con que lo busques.

martes, 19 de abril de 2011

Sobre el deber y las relaciones

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Las relaciones con los demás nos revelan nuestros deberes

No eres una entidad aislada, sino una parte única e irreemplazable del cosmos. No lo olvides. Eres una pieza esencial del rompecabezas de la humanidad. Todos formamos parte de una comunidad humana vasta, intrincada y perfectamente ordenada. ¿Mas dónde encajas en esta telaraña de humanidad? ¿A quién le estás obligado?

Busca cuáles son y comprende tus relaciones con las demás personas. Al reconocer las relaciones naturales e identificar los deberes definimos nuestra situación en el esquema cósmico. Los deberes resultan naturalmente de relaciones tan fundamentales como la familia, el vecindario, el lugar de trabajo y el estado o la nación. Debes adquirir el hábito de examinar regularmente tus funciones (padre, hijo, vecino, ciudadano, líder) y los deberes naturales que conllevan. Una vez que sepas quién eres y a quién estás vinculado, sabrás lo que tienes que hacer.

Si un hombre es tu padre, por ejemplo, deberás satisfacer determinadas exigencias emocionales y prácticas. El hecho de que sea tu padre implica un vínculo fundamental y duradero entre vosotros dos. Por naturaleza estás obligado a cuidar de él, a escuchar su consejo, a tener paciencia con sus opiniones y respetar sus indicaciones.

Sin embargo, supongamos que no es un buen padre. Tal vez sea necio, ignorante, grosero o sostenga opiniones muy distintas de las tuyas. ¿Acaso la naturaleza le da a cada uno el padre ideal, o siquiera un padre? Cuando se trata del deber fundamental como hijo o hija, el carácter, la personalidad y los hábitos de tu padre, sean cuales sean, son secundarios. El orden divino no diseña las personas ni las circunstancias a nuestro gusto. Tanto si te resulta agradable como si no, ese hombre es, al fin y al cabo, tu padre, y debes cumplir con tus obligaciones filiales.

Supongamos que tienes un hermano o una hermana que te trata mal. ¿Qué más da? Sigue existiendo el imperativo moral de reconocer y mantener tus deberes fundamentales para con él o ella. No te centres en lo que él o ella hace, sino en seguir tu elevado propósito. Tu propósito debería buscar la armonía con la naturaleza. Pues éste es el verdadero camino hacia la libertad. Deja que los demás actúen como quieran; de todos modos eso escapa a tu control y por consiguiente no te concierne. Comprende que la naturaleza en conjunto está ordenada de acuerdo con la razón, pero que no todo en la naturaleza es razonable.

Cuando pones empeño en llevar a cabo acciones propias de una persona sabia y prudente, intentando conformar tus intenciones y actos a la voluntad divina, no te sientes víctima de las palabras o las acciones de los demás. En el peor de los casos, esas palabras y acciones te parecerán divertidas o lamentables.

Salvo en el caso de malos tratos físicos extremos, los demás no pueden hacerte daño, a no ser que se lo permitas. Y esto sigue siendo cierto aunque la persona en cuestión sea tu padre, hermano, hermana, maestro o patrono. No consientas que te hagan daño y no te lo harán. Sobre esta elección sí tienes control.

La mayor parte de la gente tiende a engañarse a sí misma pensando que la libertad consiste en hacer lo que te hace sentir bien o lo que favorece el bienestar y la tranquilidad. Lo cierto es que quien subordina la razón a la sensación del momento, de hecho es esclavo de sus deseos y aversiones. Está mal preparado para actuar con eficacia y nobleza cuando se presentan desafíos inesperados, cosa que inevitablemente se da.

La auténtica libertad exige mucho de nosotros. Sólo si descubrimos y comprendemos nuestras relaciones fundamentales y cumplimos con entusiasmo con nuestro deber, la verdadera felicidad, a la que todo el mundo aspira, será efectivamente posible.


Céntrate en tu deber principal

Hay un momento y un lugar para la diversión y el entretenimiento, pero no deberías permitir nunca que éstos pasaran por encima de tus auténticos propósitos. Si vas de viaje y el barco echa el ancla en un puerto, puedes bajar a tierra en busca de conchas o plantas. Pero ten cuidado; estate atento a la llamada del capitán. Presta atención al barco. Distraerse con fruslerías es la cosa más fácil del mundo. En cuanto el capitán llame a bordo, debes estar listo para abandonar dichas distracciones y acudir prontamente, sin siquiera volver la vista atrás.

Si eres anciano, no te alejes demasiado del barco o tal vez no consigas presentarte a tiempo cuando te llamen.


No reprimas nunca un impulso generoso

Lleva a cabo todos tus impulsos generosos. No los cuestiones, especialmente si un amigo te necesita; actúa en su nombre. ¡No dudes! No te entretengas con especulaciones sobre los posibles problemas o peligros. Mientras dejes que la razón te muestre el camino, estarás a salvo. Tu deber es estar dispuesto a prestar ayuda a los demás en los momentos de apuro.

"Si tu herida es real y no soy capaz de ayudarte, habré infringido mis normas." 


Habla sólo con buena intención

Se presta mucha atención a la importancia moral de los actos y sus consecuencias. Quienes aspiran a una vida superior también llegan a comprender el con frecuencia ignorado poder moral de las palabras.Uno de los signos más claros de vida moral es hablar correctamente. Perfeccionar el modo de hablar es una de las piedras angulares de todo programa espiritual que se precie.

Ante todo, piensa antes de hablar para asegurarte de que hablas con buena intención. Irse de la lengua es una falta de respeto hacia los demás. Descubrirte a la ligera es una falta de respeto a ti mismo. Mucha gente se siente obligada a expresar cualquier sentimiento, pensamiento o impresión que tenga. Vierten al azar el contenido de su mente indiferentes a las consecuencias. Esto es peligroso tanto en sentido práctico como moral. Si cotilleamos sobre cada una de las ideas que se nos ocurren, sean grandes o pequeñas, podemos desperdiciar fácilmente, en el trivial curso de una charla huera, ideas que tienen verdaderas cualidades.

Hablar desenfrenadamente es como ir dando bandazos en un vehículo sin control destinado a caer en la cuneta. En caso de necesidad, mantente callado o habla con moderación. El habla en sí misma no es buena ni mala, pero se emplea tan a menudo con negligencia, que debes ponerte en guardia. La charla frívola es una charla hiriente; además, es impropio ser un charlatán.

Entra en discusión cuando una ocasión social o profesional así lo requiera, pero sé cauto y asegúrate de que el espíritu y el propósito de la conversación, así como su contenido, siguen mereciendo la pena. La cháchara es seductora. No te dejes atrapar por sus garras.

No es preciso limitarse a temas elevados o filosóficos todo el tiempo, pero ten cuidado de que el parloteo común que pasa por ser una discusión que vale la pena no tenga efectos corrosivos sobre tu elevado propósito. Cuando decimos tonterías sobre cosas triviales, nosotros mismos nos volvemos triviales, pues la atención queda absorta en trivialidades. Nos convertimos en aquello a lo que prestamos atención. Nos volvemos mezquinos cuando entablamos una conversación sobre terceros. En especial, evita acusar, alabar o comparar a la gente.

Si te das cuenta de que la conversación en la que estás inmerso decae hacia la palabrería, intenta, siempre que sea posible, conducirla de nuevo, sutilmente, hacia temas más constructivos. No obstante, si te encuentras entre extraños indiferentes, puedes limitarte a permanecer callado.

Conserva el buen humor y disfruta de unas carcajadas cuando sea apropiado, pero evita la risa floja de cantina que suele degenerar en vulgaridad o malevolencia. Ríete con, pero nunca de.

Siempre que puedas, evita hacer promesas ociosas.

viernes, 1 de abril de 2011

Sobre la vida y las oportunidades

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El dominio de sí mismo depende de la honestidad con uno mismo

Ante todo debes saber quién eres y de qué eres capaz. Así como nada grandioso se crea en un instante, lo mismo sucede con el perfeccionamiento de nuestros talentos y aptitudes. Siempre estamos aprendiendo, siempre estamos creciendo. Lo correcto es aceptar los desafíos. Así es como se progresa hacia el siguiente nivel de desarrollo intelectual, físico o moral. Con todo, no te hagas ilusiones: si intentas ser algo o alguien que no eres, empequeñeces a tu verdadero yo y terminas por no desarrollarte en campos donde podrías destacar de forma natural. En el orden divino cada uno tiene su vocación. Descubre la tuya y síguela fielmente.

Utiliza plenamente lo que te sucede

Cada dificultad con la que tropezamos en la vida nos ofrece la oportunidad de volvernos hacia dentro e invocar a nuestros recursos íntimos. Las pruebas que soportamos pueden y deben darnos a conocer nuestra fuerza. La gente prudente mira más allá del incidente e intenta crearse el hábito de sacarle provecho.

Con ocasión de un suceso accidental, no debes limitarte a reaccionar a la buena de Dios: recuerda que debes volverte hacia dentro y preguntarte con qué recursos cuentas para hacerle frente. Profundiza. Posees fuerzas que a lo mejor aún no conoces. Encuentra la más apropiada. Utilízala.

Si tropiezas con una persona atractiva, el dominio de ti mismo será el recurso necesario; ante el dolor o la debilidad, la fortaleza; ante los insultos, la paciencia. A medida que pase el tiempo y vayas consolidando el hábito de emparejar el recurso íntimo más apropiado a cada incidente, dejarás de tender a dejarte llevar por las apariencias de la vida. Dejarás de sentirte abrumado con tanta frecuencia.

Tómate la vida como si de un banquete se tratara

Piensa en la vida como si se tratara de un banquete en el que te comportases con cortesía. Cuando te pasen las bandejas, extiende la mano y sírvete una porción moderada. Si una fuente te pasa de largo, disfruta de lo que tienes en el plato. Y si un manjar aún no te ha sido ofrecido, espera pacientemente a que te llegue el turno.

Mantén esta misma actitud de educada moderación y gratitud con los hijos, la esposa, la profesión y las finanzas. No hay ninguna necesidad de ansiar, envidiar o apropiarse de nada. Obtendrás la porción justa cuando llegue el momento.

Interpreta siempre bien el papel que te han asignado

Somos como los actores de una obra. La voluntad divina nos ha asignado papeles en la vida sin consultarnos nada. Algunos de nosotros actuaremos en un drama breve; otros, en uno largo. Puede que nos asignen el papel de pobre, de tullido, de distinguida celebridad, de dirigente o el de ciudadano normal y corriente.

Aunque no podemos controlar el papel que se nos asigna, nuestro afán debe ser interpretar el papel asignado tan bien como sea posible y abstenernos de quejarnos del mismo. Sea donde fuere y en cualesquiera circunstancias, ofrece una actuación impecable. Si tienes que leer, lee; si tienes que ser escritor, escribe; si tienes que correr, corre; si tienes que nadar; nada.

Crea tu propio mérito

No dependas nunca de la admiración de los demás. No tiene ningún valor. El mérito personal no puede proceder de una fuente externa. No lo encontrarás en las relaciones personales, ni en la estima de los demás. Es cosa probada que las personas, incluso quienes te quieren, no estarán necesariamente de acuerdo con tus ideas, no te comprenderán ni compartirán tu entusiasmo. ¡Madura! ¡A quién le importa lo que los demás piensen de ti!

Crea tu propio mérito. El mérito personal no puede alcanzarse mediante la relación con personas de gran excelencia. Te ha sido encomendada una labor que debes llevar a cabo. Ponte manos a la obra, hazlo lo mejor que puedas y prescinde de quien pueda estar vigilándote. Lleva a cabo un trabajo útil manteniéndote indiferente al honor y a la admiración que tus esfuerzos puedan suscitar en los demás. El mérito ajeno no existe. Los triunfos y excelencias de los otros sólo a ellos pertenecen. Asimismo, tus posesiones pueden ser excelentes, pero tu persona no adquirirá excelencia a través de ellas.
Piénsalo: ¿qué es realmente tuyo? El uso que haces de las ideas, recursos y oportunidades que se te presentan. ¿Tienes libros? Léelos. Aprende de ellos. Aplica su sabiduría. ¿Tienes conocimientos especializados? Empléalos a fondo y a buen fin. ¿Tienes herramientas? Sácalas de la caja y construye o repara cosas. ¿Tienes una buena idea? Profundiza en ella y llévala a cabo. Saca el mayor provecho de lo que tienes, de lo que es realmente tuyo.

Puedes estar razonablemente a gusto y contento contigo mismo si armonizas tus actos con la naturaleza mediante el reconocimiento de lo que es en verdad tuyo.

Armoniza tus actos con la vida tal como realmente es

No intentes establecer tus propias normas. Compórtate siempre, en todos los asuntos, grandes y públicos o pequeños y privados, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. La armonía entre tu voluntad y la naturaleza debería ser tu ideal supremo.

¿Dónde practicar este ideal? En los pormenores de la vida cotidiana, en las tareas y deberes personales. Cuando lleves a cabo una tarea, como darte un baño, hazlo tan bien como puedas, en armonía con la naturaleza. Cuando comas, hazlo tan bien como puedas, en armonía con la naturaleza, y así sucesivamente.

No se trata tanto de qué estás haciendo sino de cómo lo estás haciendo. Mientras comprendamos correctamente este principio y vivamos con arreglo al mismo, aunque surjan dificultades (pues también forman parte del orden divino), la paz interior seguirá siendo posible.

"Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto."
Jesús de Nazareth

Nadie puede hacerte daño

La gente no tiene la facultad de hacerte daño. Incluso si te denigran a voz en grito o te golpean, si te insultan, tuya es la decisión de considerar si lo que está ocurriendo es insultante o no. Cuando alguien te irrita, lo único que te está irritando es tu propia respuesta. Por consiguiente, cuando te parezca que alguien te está provocando, recuerda que lo único que te provoca es tu propio juicio del incidente. No permitas que tus emociones se enciendan ante meras apariencias.

Intenta no limitarte a reaccionar al instante. Toma distancia de la situación a fin de tener una perspectiva más amplia. Sosiégate.

Ni vergüenza, ni culpa

Si lo que sentimos acerca de las cosas es lo que nos atormenta, más que las cosas en sí mismas, resulta absurdo culpar a los demás. Por consiguiente, cuando sufrimos un revés, una molestia o una aflicción, no les echemos la culpa a los demás, sino a nuestra propia actitud. La gente mezquina suele reprochar a los demás su propio infortunio. La mayoría de la gente se lo reprocha a sí misma. Quienes se consagran a una vida de sabiduría comprenden que el impulso de culpar a algo o a alguien es una necedad, que nada se gana con culpar, ya sea a los demás o a uno mismo.

Uno de los signos que anuncian el alborear del progreso moral es la gradual extinción de la culpa. Vemos la futilidad de la acusación. Cuanto más examinamos nuestras actitudes y trabajamos sobre nosotros mismos, menos susceptibles somos de ser barridos por reacciones emocionales tormentosas en las que buscamos explicaciones fáciles a sucesos espontáneos.

Las cosas son sencillamente lo que son. Los demás que piensen lo que quieran; no es asunto nuestro. Ni vergüenza, ni culpa.