domingo, 24 de octubre de 2010

Padre Nuestro... Que estás en el Cielo...



Padre Nuestro...

Estas dos palabras por sí solas constituyen un sistema de teología completo y preciso. En ellas se fija clara y distintamente la naturaleza y carácter de Dios. Resumen la verdad del Ser. Nos dicen todo lo que el hombre necesita saber acerca de Dios, acerca de sí mismo y acerca de su prójimo. Todo lo que a ellas se añada puede ser sólo a guisa de comentario, pues muy bien podría oscurecerse y complicarse el sentido verdadero del texto. 

"Toda mi religión está contenida en las dos primeras palabras del Padre Nuestro."
Oliver Wendell Holmes 

Notemos lo conciso y directo de la afirmación, Padre Nuestro. En esta cláusula Jesús establece de una vez para siempre que la relación entre Dios y el hombre es la de Padre e hijo. Esto quita toda posibilidad de que Dios pueda ser ese tirano cruel e implacable que nos presenta a menudo la teología, cual déspota oriental gobernando a esclavos serviles. Sabemos bien que los padres, sean cuales fueren sus defectos en otro sentido, tratan de hacer siempre todo lo mejor que pueden por sus hijos. Desgraciadamente, existen padres crueles que proceden contra esta regla natural, pero son tan excepcionales que los periódicos los estigmatizan.

Hablando de la misma verdad. Jesús dijo también:
 "Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!"

Y por eso empieza su Oración estableciendo el carácter del pacto de Dios como Padre perfecto con sus hijos. Notemos que esta cláusula, que fija la naturaleza de Dios, establece al mismo tiempo la naturaleza del hombre; porque si el hombre es hijo de Dios, necesariamente tiene que participar de Su naturaleza, ya que la naturaleza de los hijos es invariablemente similar a la de los padres. Es una ley cósmica que "de tal padre tal hijo". No es posible para un rosal producir lirios o para una vaca dar a luz a un potrito. La prole, pues, es y tiene que ser de la misma naturaleza que los padres; y, así como Dios es Espíritu Divino, el hombre tiene que ser esencialmente Espíritu Divino también, no importa si las apariencias dicen lo contrario.

Pero detengámonos aquí un instante y tratemos de damos cuenta del progreso inmenso que hemos realizado al comprender la enseñanza de Jesús a este respecto. ¿No es evidente que así Él eliminó de un golpe el noventa por ciento de la vieja teología, con su Dios vengativo, sus almas predestinadas, su fuego eterno del infierno y todas las otras horribles creaciones concebidas por imaginaciones enfermas y atormentadas? Dios existe. Y el Eterno, el Todopoderoso, el Omnipresente, es el Padre misericordioso de la humanidad.

Si meditásemos en este hecho lo bastante para comprender, aun parcialmente, lo que en verdad significa, la mayoría de nuestras dificultades se encontrarían resueltas y nuestras enfermedades desaparecerían, porque sus raíces hallan sustento en el temor. Y la causa fundamental de toda dificultad es el temor. Si pudiésemos entender, tan sólo en parte, que esta Sabiduría Divina es nuestro vivo y amante Padre, casi todos nuestros temores desaparecerían. Y si pudiésemos comprenderlo completamente, toda cosa negativa en nuestra vida se disiparía, y la perfección de nuestra existencia sería una demostración de nuestra perfecta condición espiritual. Así podemos ver cuál era el propósito de Jesús al expresar esta cláusula en primer lugar.

Seguidamente vemos que la Oración no dice "Padre Mío", sino "Padre Nuestro", lo cual significa, sin ningún lugar a duda, el hecho verdadero de la fraternidad de los hombres. Ello fuerza nuestra atención desde el principio a fijarse en el hecho de que todos los hombres son ciertamente hermanos, hijos de un mismo Padre; y que "No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay hombre o mujer", (GAL. 3, 28); porque todos los hombres son hermanos. Aquí Jesús, al establecer su segundo punto, pone fin a todos los disparates absurdos tocantes a una raza elegida, o a la superioridad de un grupo sobre otro. El disipa la ilusión de que los hombres de cierta nación, raza, color o clase social sean superiores a otros. La creencia en la superioridad del grupo al que uno pertenece, el "rebaño", como lo llaman los psicólogos, es una ilusión a la que es muy dado el género humano, pero que no tiene lugar en la doctrina de Jesús. Él establece que lo que señala la posición de un hombre es la condición espiritual de su propia alma, y mientras esté siguiendo el camino espiritual no existe diferencia alguna con respecto al grupo al que pertenezca.

Como consecuencia final de estas palabras se desprende el mandamiento de que debemos orar no solamente por nosotros mismos, sino por toda la humanidad. Todo investigador de la Verdad debería observar el pensamiento de la Verdad del Ser para toda la raza humana por lo menos un momento cada día, porque ninguno de nosotros vive para sí mismo ni para sí muere. Somos, en verdad —y en un sentido más literal de lo que generalmente se cree— miembros de un solo cuerpo.

Así empezamos a ver que es mucho más de lo que superficialmente aparece, el sentido que encierran las simples palabras "Padre Nuestro". Simples —y aún podríamos decir inocentes— Jesús ha escondido en ellas un explosivo espiritual capaz de destruir todo sistema hecho por el hombre que mantenga esclavizada a la humanidad.



Que estás en el Cielo...

Después de probar claramente que Dios es el Padre de los hombres, y que todos los hombres son hermanos, Jesús sigue explicando la naturaleza de Dios y describiendo los hechos fundamentales de la existencia. Habiendo demostrado que Dios y el hombre son Padre e hijo. Él expone sus funciones respectivas en el sistema del universo. Explica que es propio de la naturaleza de Dios estar en los cielos, y del hombre estar en la Tierra, porque Dios es Causa y el hombre es manifestación. La expresión de una causa no puede ser la causa misma, y contra tal confusión debemos mantenemos en guardia. Aquí la palabra "cielos" —de acuerdo con la fraseología religiosa— significa Presencia de Dios. 

En términos metafísicos Dios es lo Absoluto, porque su reino es el reino del Ser Puro e Incondicionado, de las ideas arquetipos. La palabra "Tierra" quiere decir manifestación, y es la función del hombre manifestar o expresar a Dios. En otras palabras. Dios es lo Infinito y la Causa Perfecta de todas las cosas; pero la Causa ha de ser expresada, y Dios se expresa a si mismo por medio del hombre. El destino del hombre es expresar a Dios por toda suerte de medios gloriosos y maravillosos (“Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” Mt 5, 43-48). Vemos parte de esta expresión en lo que le rodea; primero su cuerpo, que es sólo la parte más íntima de su encarnación; luego su casa, su trabajo, su recreación, en suma, su expresión completa. Expresar quiere decir hacer salir, sacar a la luz lo que ya existe implícitamente. Cada detalle o incidente de nuestra vida es la manifestación o expresión de algo que ya existe en el alma.


Algunos de estos puntos pueden parecer un poco abstractos al principio; pero como los conceptos falsos acerca de la relación entre Dios y el hombre son precisamente la causa de todas nuestras dificultades, vale la pena que nos tomemos la molestia de aprender bien la índole de tal relación. Vivir en la manifestación sin preocupamos por la Causa, es ateísmo o materialismo, que sabemos adónde conducen. Y tratar de tener la Causa sin la manifestación hace al hombre suponerse un dios personal, y esto frecuentemente termina en megalomanía o en la parálisis de la expresión. Lo que importa saber es que Dios está en los cielos y el hombre en la Tierra, y que cada uno tiene su propio papel en el orden universal. Aunque son Uno, no son idénticos. Jesús establece cuidadosamente esta distinción cuando dice: "Padre Nuestro que estás en los cielos".


En la Biblia, como en otras partes, el "nombre" de una cosa significa al mismo tiempo su naturaleza esencial y su carácter; por eso, cuando se nos dice lo que es el nombre de Dios, se nos dice lo que es Su naturaleza, y Su nombre o naturaleza, dice Jesús, es "Santificado". Pero, ¿qué significa la palabra "santificado"? Si seguimos su origen etimológico vemos que pertenece al mismo grupo que "santo", "sano", "salud", "saludable". De manera que la naturaleza de Dios se nos revela, no solamente digna de nuestra veneración, sino completa y perfecta —enteramente buena—. De aquí se derivan notables consecuencias. Estamos de acuerdo en que un efecto es siempre de la misma naturaleza que la causa que lo produce, por lo tanto, como quiera que Dios es santificado, todo lo que de Él proceda no podrá ser menos que santificado también.


Así como el rosal no puede producir lirios, no puede venir de Dios más que el bien perfecto. O como nos dice la Biblia, "Una misma fuente no puede hacer brotar aguas dulces y saladas".


De todo esto se desprende que Dios no puede, como la gente piensa a veces, enviar la enfermedad, o la adversidad, o los accidentes, ni mucho menos la muerte, porque esas cosas se contradicen con Su naturaleza. "Santificado sea tu nombre" significa, "Tu naturaleza es esencialmente buena y sólo Tú eres autor del bien perfecto". "Muy limpio eres tú de ojos para contemplar el mal y no puedes soportar [la vista] de la miseria." (HAB. 1, 13).

Si pensamos que nuestras dificultades son un castigo de Dios, estamos dando poder a tales dificultades, y esto hará muy difícil que nos libremos de ellas. Dios no da difcultades, nos da oportunidades para ser cada día mejor.

1 comentario:

  1. jamas me habia detenido a examinar el significado del "padre nuestro"... es impresionante lo que esas dos palabras te pueden revelar ^^ ...

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